Más allá de la democracia?

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¿Qué podría haber más allá de la democracia?

Hoy día, la “democracia” regula el mundo. El Comunismo ha caído, hay elecciones más y más hasta en los países subdesarrollados del tercer mundo, y los líderes del mundo se reúnen para planear la “Comunidad Global” de la que tanto oímos hablar. Entonces, ¿por qué no estamos todos felices finalmente? ¿Por qué menos de la mitad del electorado no se molesta para nada en votar en Estados Unidos, tierra insignia de la democracia? ¿Podría ser que la “democracia”, que perdura como lema en tantas revoluciones y en la resistencia no sea lo suficientemente democrática? ¿Qué podría ser más democrático entonces? Todo niño puede crecer y ser presidente No, no puede. Ser presidente implica mantener una posición jerárquica de poder, parecida a la de ser un billonario: por cada un presidente que existe debe haber millones de personas con menos poder. Es exactamente igual para los billonarios como para los presidentes, por eso no es coincidencia que ambos suelen frotarse los hombros entre sí por venir de un mundo privilegiado que yace fuera de nuestros límites. Nuestra economía no es democrática tampoco: los recursos son distribuidos absurdamente en proporciones desiguales, y debés empezar a juntar recursos para ser presidente tanto como para tener en tus manos más recursos.

Incluso si fuera verdad que cualquiera puede crecer para luego ser presidente, eso no ayudaría a los millones de nosotros que inevitablemente no lo seremos y que todavía deberemos vivir a la sombra de ése poder. Ésta es una dificultad estructural intrínseca en la democracia participativa que ocurre tanto a nivel local como en las cimas. Por ejemplo: el consejo municipal, poblado de políticos profesionales, se reúne a discutir asuntos municipales y aprueban ordenanzas todo el día, las cuales no son consultadas con los ciudadanos que deben estar en el trabajo a esa hora. Cuando una de esas ordenanzas genera inconvenientes y enojos a alguno de los ciudadanos, no resulta sencillo para ellos usar el tiempo libre para contestar para luego no estar presentes nuevamente cuando se reúnan a decidir por ellos. Los ciudadanos pueden elegir un gobierno municipal diferente entre la oferta disponible de políticos, pero los intereses y poderes de la clase política y los del resto provocarán un conflicto nuevamente. Las lealtades partidarias y otras supersticiones políticas usualmente ya están prevenidas y se mantienen constantes en éste paso.

Si no hubiera presidente, nuestra “democracia” sería menos que democrática. Habría corrupción, privilegios y jerarquías que nuestro sistema se perpetraría para operar por la elección de una mayoría, mientras los derechos de una minoría son protegidos por un sistema de saldos y cheques. La democracia tiene defectos en su propia naturaleza.

La tiranía de la mayoría

¿Y si te pasara que terminas siendo parte de una vasta minoría y la mayoría votó que debés renunciar a algo que sea necesario para la vida –como el agua o el aire-, vos lo aceptarías? Cuando se llegan a esas instancias, ¿alguien realmente cree en reconocer la autoridad de un grupo simplemente porque son un número mayor que los demás? Aceptamos la decisión de la mayoría porque no creemos que sea una amenaza, y aquellos que si lo creen fueron ya silenciados antes de que podamos oír sus dudas.

Ningún “ciudadano promedio” se considera a sí mismo amenazado por la mayoría, porque cada uno se piensa a sí mismo con el poder y la “autoridad moral” de esa mayoría. Tanto en la práctica –por eso son llamados “normales” y “moderados”- como en la teoría, porque sus ideas son “correctas” –es decir, que creen que todos estarían convencidos de la verdad de sus argumentos si los oyeran realmente. Una democracia regida por la mayoría siempre ha descansado en la convicción de que si los hechos son claros, todos podrían ver que hay un solo curso de acción. Sin ésta creencia, sólo nos llevaría a una dictadura de la manada. Pero éste no es el caso, aún si “los hechos” podrían estar lo suficientemente claros para todos –lo que obviamente es imposible, porque algunas cosas no pueden ser acordadas por haber más de una verdad- necesitamos una democracia que tome estas situaciones en cuenta, para poder ser libres por un lado de la turba que elije por ser mayoría y por el otro de la ascendencia de la clase privada.

El estado de derecho…

… y la protección que ofrecen con saldos y cheques no es suficiente para establecer la democracia. La “ley justa y equitativa” como es fetichizada hoy por aquellos cuyos intereses protege –corredores de bolsa y propietarios por ejemplo- no protege a nadie del caos o la injusticia; simplemente crea otro escenario de especialización donde el poder de nuestras comunidades es cedido a caros abogados y pomposos jueces. Los derechos de la mayoría son los últimos en ser protegidos por estos saldos y cheques ya que el poder ya está reservado para esos que tienen el privilegio de aprovecharlo y mucho después para una mayoría detrás de ellos. Bajo estas condiciones, sólo un grupo minoritario está habilitado para usar las cortes judiciales para hacer valer sus derechos por poder aplicar suficiente presión en forma de influencia financiera o retóricas engañosas.

No hay manera de establecer justicia en una sociedad a través de la mera redacción y ejecución de leyes: esas leyes sólo pueden institucionalizar lo que ya es una ley en la sociedad. El sentido común y la compasión son siempre preferibles a adherir a una estricta y desigual tabla de leyes. De todos modos, donde la ley es la propiedad de un curador de élite se termina inevitablemente en un conflicto. Lo que realmente necesitamos es un sistema social que fomente la calidad de sus miembros y los recompense en la práctica. Para crear dicha cosa debemos abandonar la “democracia” representativa por una democracia llena de participación.

No es una coincidencia que la “Libertad” nunca figura en las boletas

La libertad no es una condición, es algo más parecido a una sensación. No es un concepto para prometerle lealtad ni una causa para servir o una bandera para marchar detrás. Es una experiencia que debés vivir todos los días y sino de otra manera se te escapa de las manos. No es la libertad la que actúa cuando las banderas flamean y las bombas caen para “hacer el mundo seguro para la democracia”, sin importar el color de las banderas (¡aún si son negras!). La libertad no puede ser atrapada y contenida en ningún sistema estatal o en una doctrina filosófica, y ciertamente tampoco puede ser forzada o “dada” a otros. Lo máximo que podes esperar es liberar a los otros de ciertas fuerzas, previniéndolos de ellas a través de una búsqueda interna propia. La libertad aparece en momentos frágiles: en las creencias de los niños, en la cooperación de unos amigos que viajan de mochileros, en los trabajadores que se rehúsan a seguir las órdenes del sindicato y organizan su propia huelga sin líderes. Si queremos ser realmente luchadores de la libertad debemos empezar a comprometernos a perseguir y apreciar esos momentos para expandirlos, más que ser atrapados para servir a algún partido o ideología.

La libertad real no puede tener lugar en una votación. La libertad no significa estar habilitado a elegir entre opciones sino significa participar activamente en darle forma a las opciones en primer lugar, creando los ambientes donde se generan esas opciones. Sin esto, no tenemos nada. Siempre nos dan las mismas opciones en las mismas situaciones, una y otra vez. Y nosotros tomamos siempre las mismas decisiones predeterminadas. Si no somos partícipes del contexto en el cual surgen las opciones, entonces tampoco seremos parte real de la decisión. Y cuando algo viene a aplicar el poder sobre nuestras vidas para modificarlas, entonces nadie puede “representarnos” sino que es algo que debemos hacer por nosotros mismos.

¡Mirá, una urna! ¡Democracia!

Si la libertad por la cual tantas generaciones lucharon y murieron es ejemplificada de la mejor manera posible por un hombre en un cuarto oscuro que pone una boleta en una urna para luego volver a su vida donde no tendrá más el control de sí mismo, entonces la herencia que nuestros próceres emancipadores y nuestras abuelas sufragando nos dejaron no es más que un falso substituto de la libertad que codiciaban realmente.

Para una mejor ilustración de la verdadera libertad en acción hay que mirar a un músico en el acto de improvisar con sus compañeros. Alegres, en una cooperación sin esfuerzo, ellos crean activamente un ambiente sonoro emotivo donde existen y participan de la transformación de un mundo que también los va transformando. Toma ése modelo y aplícalo en cada una de nuestras interacciones con los demás, y tendrás como resultado algo cualitativamente diferente a nuestro sistema actual: una armonía entre las relaciones humanas y la actividad, una democracia real. Para llegar ahí debemos dejar de pensar que votar es una expresión exacta de libertad y participación.

La democracia representativa es una contradicción en sí misma

Nadie puede representar tu poder y tus intereses por vos. Sólo vos sabés cuáles son tus intereses por estar involucrado. Los políticos hacen su carrera para reclamar que representan a los demás, como si la libertad y el poder político fueran posibles de tener propietarios. Hoy día, inevitablemente, se han convertido en una casta que sólo responde a sí misma, como fueron las clases políticas y como siempre lo serán.

Votar es una expresión de nuestra impotencia. Es la aceptación de que sólo podemos aprovechar los recursos y capacidades de nuestra propia sociedad a través de la mediación de ésa casta. Cuando dejamos que prefabriquen nuestras opciones por nosotros, dejamos el control de nuestras comunidades en manos de esos políticos, de la misma manera que dejamos la tecnología a los científicos, la salud a los doctores, el medio ambiente a los planificadores urbanos y terminamos viviendo en un mundo que nos es ajeno. Aún cuando nuestro trabajo sirva para construirlo es un mundo por el cual actuamos como muertos-vivos hipnotizados por el monopolio en que nuestros líderes y especialistas ajustaron previamente las opciones disponibles.

En la práctica no debemos sólo elegir entre candidatos presidenciales, marcas de bebidas, organizaciones activistas, programas de televisión, revistas de noticias o ideologías políticas. Podemos hacer nuestras propias decisiones como individuos o comunidades. Podemos hacer nuestras propias bebidas y formas de accionar, nuestras propias revistas y entretenimientos. Podemos crear nuestro acercamiento único a la vida que nos dejará una perspectiva individual intacta. Así es cómo se hace.

¿Cuáles son las alternativas democráticas a la democracia?

Consenso

La democracia radicalmente participativa, también conocida como democracia de consenso, ya es conocida y practicada en todo el mundo. Desde los pueblos originarios en Latinoamérica hasta en las células de acción de la política posmoderna norteamericana y en las cooperativas de producción agrícola en Australia. En contraste a la democracia representativa, es una democracia directa: los participantes comparten el proceso de hacer una decisión y a través de una descentralización del conocimiento y la autoridad son capaces de ejercer un control real sobre su vida diaria. A diferencia de una democracia regulada por la mayoría, valora las necesidades y preocupaciones de cada individuo por igual: si una persona no está feliz con la resolución entonces es responsabilidad de todos encontrar una nueva solución que sea aceptada por todos. La democracia participativa no demanda que cualquier persona acepte el poder de los demás sobre su vida, pero si requiere que todos consideren las necesidades de los otros. Lo que se pierde en eficiencia se gana diez veces en libertad y buena voluntad. La democracia participativa no le pide a la gente que tenga un líder o que se estandaricen bajo una causa común, en cambio sirve para integrar a todos en un todo mientras te permite encontrar metas y métodos propios para hacer las cosas.

Autonomía

Para que la democracia directa tenga sentido la gente debe tener control sobre su entorno inmediato y los asuntos básicos de su vida. La autonomía es simplemente la idea de que nadie está más calificado que vos para decidir cómo vivís, que nadie debería sentirse capaz de elegir qué debés hacer con tu tiempo y tu potencial, o cómo el ambiente donde vivís debe ser construído. No debe confundirse esto con la llamada “independencia”. En la actualidad, nadie es independiente porque nuestras vidas siempre dependen de otros –“El hombre occidental llena su alacena de productos de almacén y se siente capaz de llamarse a sí mismo autosuficiente”-. La independencia es un mito individualista que nos aleja de las posibilidades de vivir colectivamente. La moda de la “autosuficiencia” en la sociedad actual –que corta yugulares y es competitiva- realmente constituye un ataque a aquellos que no buscan la competencia y es funcional a obstaculizar a la construcción de una comunidad. En contraste a ésta mirada occidental, la autonomía es una independencia libre entre aquellos con los que compartís un consenso y con los que actuás libremente para establecer cooperativamente una autoadministración de la vida.

La autonomía es la antítesis de la burocracia. Para que sea posible, todos los aspectos de la comunidad desde la tecnología a la historia deben ser organizados de manera que sean accesibles para todos.

Los grupos autónomos pueden estar formados sin necesariamente establecer una agenda clara, mientras ofrezcan a sus miembros formas de beneficiar la participación de los demás: el colectivo Crimethinc., el movimiento Dadá y otros pequeños puntos en el tejido del pasado y el presente son evidencia de esto. Dichos grupos pueden incluso contener contradicciones, como cada uno de nosotros como individuo, y aún así servir a nuestro propósito. Los días de marchar bajo una sola bandera se terminaron.

Los grupos autónomos tienen como base defenderse contra las usurpaciones de otros que no creen en los derechos que tienen los individuos de gobernarse a sí mismos, y expandir el territorio de la autonomía y el consenso haciendo todo en su poder para destruir las estructuras de las sociedades dañinas (incluyendo aquellas que creen en la “democracia” representativa) y reemplazarlas con estructuras democráticas más radicales. Por ejemplo, no alcanza con bloquear o destruir una autopista, que genera ruido y contaminación ambiental, sino que también debés proveer transporte libre como bicicletas comunitarias o centros de reparación comunitarios, si querés ayudar a los otros a reemplazar las relaciones autoritarias y competitivas de la dependencia automovilística por una visión cooperativa y autónoma del transporte.

Acción directa

La autonomía requiere acción directa y no esperar que las peticiones pasen por los “canales establecidos” solo para empantanarte en burocracia y negociaciones sin final. Establecé tus propios canales. Si querés que la gente hambrienta coma, no le des dinero a una burocracia caritativa; sino averiguá donde la comida va a ser desechada, recolectala y alimentalos. Si querés un alquiler que puedas pagar no intentés que el municipio te de una respuesta porque puede tardar años y la gente va a seguir durmiendo en la calle todas las noches; mejor tomá edificios abandonados y compartilos, organizá grupos para defenderlos de los matones de los ausentes propietarios que aparecerán. Si querés que las corporaciones tengan menos poder, no le pidas a los políticos que pongan límites a sus propios maestros; encontrá maneras de trabajar con otros para simplemente tomar el poder de ellos: no compres sus productos, no trabajes por ellos, saboteá sus publicidades y edificios, prevení sus reuniones tomando el lugar o su mercadería cuando va a ser entregada. Ellos usan tácticas similares para ejercer su poder sobre vos; sólo parece válido porque ellos compraron las leyes y las costumbres sociales también.

No esperes el permiso o una organización con una autoridad, no mendigues poder para organizar tu vida por vos. Actuá.

Federaciones sin cimas

Los grupos autónomos independientes pueden trabajar juntos en federaciones sin tener una autoridad particular. Así como una estructura social que suena utópica pero que puede ser práctica y eficiente. El correo internacional y los viajes en ferrocarril son ambos trabajos que operan con este sistema, para nombrar dos ejemplos: mientras el correo individual y los otros sistemas de transporte son internamente jerárquicos, todos cooperan juntos para que llegue el correo o que los pasajeros viajen de una nación a otra, sin que ninguna autoridad sea necesaria en ninguna parte del proceso. De manera similar, los individuos que no pueden ponerse de acuerdo en la suficiente cantidad de ideas pero pueden trabajar juntos, un colectivo puede ser capaz de ver la importancia de coexistir con otros grupos. Para que esto suceda necesitamos instalar valores de cooperación y tolerancia para las próximas generaciones.

¿Cómo resolver desacuerdos sin llamar a “las autoridades”?

En un acuerdo social que supone un interés de cada individuo participante, la exclusión de la comunidad debería ser una amenaza suficiente para desalentar el comportamiento violento y destructivo. Ciertamente es un acuerdo más humanitario que uno autoritario como las cárceles o las ejecuciones, lo que suele corromper a los jueces mientras al mismo tiempo amarga la vida de los criminales. Aquellos que se rehúsan a integrarse en la comunidad y rechazan la asistencia y generosidad de los otros pueden encontrarse prohibidos de la interacción humana, algo que es todavía mejor que un exilio en un asilo mental o en la fila de fusilamiento –dos opciones latentes en muchos hombres hoy en día. La violencia debería ser usada únicamente en defensa de la comunidad pero no en título de un juicio divino que es como se aplica en nuestro sistema de justicia actual. Esto se aplica también a la interacción de los grupos autónomos con el “mundo exterior” que no aprueba los valores cooperativos y tolerantes.

Serios desacuerdos entre comunidades pueden resolverse en muchos casos reorganizando o dividiéndose en grupos. A menudo los individuos que no pueden llevarse bien en cierta configuración social, tendrán más éxito cooperando en otra fase o como miembro de comunidades paralelas. Si no se llega a un consenso en el grupo, éste grupo deberá separarse en grupos más pequeños que lo logren internamente. Eso puede ser inconveniente y frustrante pero es mejor a que la decisión grupal sea tomada sólo por aquellos que tienen el poder y la crueldad a su disposición. Todas las comunidades independientes tendrán todavía intereses internos que deberán coexistir pacíficamente y deberán encontrar caminos para negociar y resolver esto.

Vivir sin permiso

… es la parte más difícil, por supuesto. Pero no hablamos de otro sistema social sino de una revolución en las relaciones humanas. Porque eso será lo que resolverá los problemas que encara la especie hoy. No nos engañemos: hasta que esto no se logre, la violencia y la lucha en las relaciones no consensuadas continuarán y ninguna ley o sistema será capaz de protegernos. La mejor razón para trascender la democracia representativa es simplemente que en la democracia participativa no hay falsas soluciones, no hay formas de suprimir un conflicto sin resolverlo y aún así aquellos que participan deben aprender a coexistir sin compulsión, sumisión y todos esos hábitos horrendos de los que estamos tan cansados en nuestra sociedad actual.

Las primeras semillas de este nuevo mundo pueden ser encontradas en nuestras amistades y en nuestros asuntos amorosos. Cuando éstos son libres de las relaciones de poder, la cooperación ocurre naturalmente. Llevar ése modelo y expandirlo al total de la sociedad: ése es el mundo “más allá de la democracia” que nuestro corazón pide a gritos hoy.

Puede sonar como un desafío imposible llegar de un lugar a otro… pero lo maravilloso sobre la autonomía es que no tenés que esperar a que el gobierno vote para aplicar esos conceptos: podés practicarlos ahora mismo con la gente que te rodea y conseguir el beneficio inmediatamente. Una vez que ponés esto en práctica, las virtudes de ésta forma de vivir van a ser claras para los demás y no necesitarán andar apuntando ejemplos externos cuando alguien lo experimenta tan cercanamente. Formá tus propios grupos autónomos, no respondás a ningún poder más que al tuyo, y creá un entorno donde se persiga la libertad y la búsqueda de nosotros mismos. Si tus representantes no lo harán por vos –porque no pueden hacerlo “por” vos-, desde éstas semillas la democracia real del futuro crecerá.

En los próximos tiempos, presentaremos nuestras demandas y quejas y ellos se rehusarán a reconocer los problemas diciendo que ya “estemos agradecidos de vivir en democracia” y nosotros responderemos que “no es suficiente”… pero sepamos claramente qué queremos en cambio desde nuestra propia experiencia.

Entonces, quien quiera que ellos voten para gobernarnos encontrará que somos ingoberables.